La comida picante y el espíritu de perseverancia

Miguel no recuerda cuándo aprendió a ponerle picante a sus comidas. Ninguno de sus hermanos o amigos tampoco. En su tierra nadie se hace esa pregunta, pero los colegas de trabajo que vienen de otras geografías se muestran muy interesados en saber.

Después de una jornada de trabajo, cuando se reúnen a degustar platos típicos mexicanos, entre los ardores y ojos llorosos de quienes se atreven a probar, llegan las interrogantes.  Los colegas de su empresa quieren conocer cuál picante es más picante, cuál picante es menos picante, a qué comidas ponerle ese ingrediente de fuego y, sobre todo, a qué se debe ese gusto peculiar que todos los mexicanos llevan en vena.

Entonces Miguel les dice que, efectivamente, el calor del chile es algo que a todos los habitantes de su tierra les corre en la sangre; la necesidad y el placer por consumirlo les viene grabada en el ADN, a partir de costumbres ancestrales.

Se dice que, al estar muy abundante en la naturaleza, con sus llamativos colores, se hizo deseable y accesible para el consumo de las culturas prehispánicas; las cuales además agradecerían sus propiedades antimicrobianas y como conservantes de alimentos.

A Miguel, no obstante, cuando habla con sus amigos, le gusta detenerse más en la sensación de bienestar que sobreviene después de un platillo de picor intenso. “Es igual –les dice- a aquella que se siente cuando se trabaja mucho, cuando un proyecto nos roba el sueño de la noche y el sudor del día, y al verlo culminado sentimos que todo esfuerzo valió la pena”.

También prefiere asegurar que esa inclinación a probar sensaciones fuertes, ese sentido de aprovechar al máximo lo que el entorno provea, esa voluntad de no dejarse amedrentar aunque parezca que un volcán arde dentro, es una cualidad de los habitantes de su México que ha hecho de este país un lugar tan especial.

Siempre que va llegando al final el almuerzo de colegas de profesión, Miguel repite su frase preferida: “Quien gusta del chile no se detiene ante el riesgo de nuevos desafíos; quien sabe reír después de las llamas del chile puede ver lo positivo en cada reto de la vida; quien defiende la tradición de la comida picante mexicana, está comprometido con hacer valer las riquezas de su cultura, transformadas mediante el trabajo y la productividad”.

Es así que el Día Internacional de la Comida Picante, bien recibido a mediados de enero en muchos pueblos de Latinoamérica, para Miguel es una celebración de perseverancia, de fuerza, de determinación, esa tríada de valores que es imprescindible para la productividad.